domingo, 8 de mayo de 2016

un cuento en euskera


Abrí los ojos, y ahí estaba..real, próxima y abrazándome.
Tenia el nombre de una sierra en Bilbao. Su apellido al español podría leerse como casa nueva, tal vez eso me llamaba la atención, el derivarme a sobreentenderla como un lugar por antonomasia, a mí un apasionado del aire, no demoré en darme cuenta que en efecto aquellos acordes en su voz cantando en un idioma extraño eran los síntomas de un espacio hermoso, de un lugar donde descansar...

Mi timidez, sí esa de antaño, rasgaba mi voz al tenerla cerca, burlándose de las "amelie"s circunstanciales que tanto detestaba, o contándome sobre la cantidad de lagartijas de nombre waldo que adoptaba cuando pequeña, "pos yo coleccionaba piedras en mis bolsillos" le decía y la vasca reía de lo ñoño que sonaba mi gusto por lo inerte. Me preguntó entonces si era sincero...me dejo en silencio, "ya antes me han preguntado eso" pensé y en medio de la penumbra de un dormitorio a las nueve de la mañana, desde mi desnudez emocional, le dije "sí, este espacio es de lo más sinceros que he sentido". Y por alguna razón que desconozco, supe que la conocía de algún lado, de otro espacio, o en alguna otra forma, que ya había cruzado aquellos ojos en cierto lugar del cosmos...y sentí quererla.
Hipnotizado por aquello que no sé entender, un plumón negro se perdía por algún lugar en la mesa de noche, entonces lo tomé y empecé a ver como su torso se iba transformando en un ramo vivo de flores. A mí me correspondía por un acto de mera coherencia, completar aquellos cabos sueltos, unir los sentidos de aquel universo, tener el delicado trabajo de que viera su mundo desde el mío. La vasca observó sonriendo, a un párvulo tierno jugando con un plumón que ya no era plumón, un plumón que ya solo era sentido, justificación, vida. No estaba dibujando, esto era mas bien una labor de arqueología, estaba descubriendo aquello que mis ojos sobrentendían, eso tan solo. Y poco a poco sus preguntas se convertían en respuestas, y su sonrisa en un beso. Y ya no era una mujer lo que abrazaba, era una nube, era la brisa del mar a las seis de la mañana, las campanadas de una iglesia en la sierra, o una canoa solitaria en medio del amazonas. Era inmensidad, prolongación, pero también confusión.
Y como no estarlo me preguntó mi corazón...

Mi cabeza entonces desarrolló el proceso poético de siempre, la nervadura gris aclarándolo todo, transformando las verdades en mentiras, las mentiras en certezas, designando un valor a cada cosa en aquella habitación cepia, interpretando e interpelando cada signo y volviéndolos a escribir.
así...hasta la puerta de aquel edificio..
y ella sonriendo mientras despedía su cuídate con un beso en los labios.
"me caes bien" le dije
"tu también" dijo ella

y
yo, era solo un producto embriagado de alguna forma de elixir de luna.
y así me fui.






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