jueves, 14 de junio de 2012

bailarrrr!


jajajaja =D
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¿Por qué le interesó hacer vivienda social?

Cuando llegué a Harvard pensé: ¿qué puedo aportar?, ¿dónde puedo tener ventaja frente a los demás? Trabajar desde la escasez era una de las vías. De la escasez a la vivienda social hay un paso. La vivienda social tiene algo, y es que los que se dedican a hacerla, aun sin decírtelo, parece que tengan una especie de carné de superioridad moral. Jamás hemos querido levantar esa bandera que tacha al resto de banal para constituirse en relevante. Uno se va con la sensación de haber gastado energía en algo que merece la pena. Pero no me parece que eso te haga éticamente superior ni a ti ni a tu arquitectura.



Usted dejó claro que quería hacer arquitectura social, pero con ánimo de lucro. ¿Eso es romper tabúes y normalizar la arquitectura?
Tienes que poder vivir para hacer las cosas. En tercer año teníamos un taller clave: hacer una casa unifamiliar. Escogías el cliente, el lugar… Todos elegían un cliente excéntrico, un artista por ejemplo. Se tendía a pensar que la calidad del cliente aseguraba la calidad del proyecto. Yo hice la casa para un taxista. El taxista existía. Era Morales, un tipo que le ayudaba a mi padre a preparar curanto [una comida del sur de Chile que cuece mariscos y carne bajo tierra] en las fiestas de cumpleaños. Me interesaba ver qué de lo que yo estaba estudiando en la universidad, Palladio o Vitrubio, le importaba a un tipo que tenía que dejar el taxi en la casa porque era su fuente de ingresos o colocaba el refrigerador en el living porque era un símbolo de estatus. Yo me preguntaba: para una persona que todos los días debe coger el transporte público, ¿qué es la calidad de vida? Te preguntas qué puede aportarle la arquitectura a alguien como él. Y qué relación tiene el discurso de la universidad con esa vida.



Entrevista a Alejandro Aravena.

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