miércoles, 16 de mayo de 2012

MI LUGAR, YO LUGAR


La PUCP en el proceso de reconstrucción tras el terremoto del sur

Por: Lucía Bracco, Nora Cárdenas, Luciana Córdova, Paolo Durand, 
Katherine Fourment, Eloy Neira, Karina Padilla[1]


El terreno
Recordemos. El 15 de agosto del año 2007 ocurrió uno de los terremotos más destructivos de nuestra historia reciente, tanto por su intensidad como por su duración. Durante los días siguientes, y superada la atención a las víctimas mortales, las noticias fueron mostrando con énfasis la masiva destrucción de viviendas y de infraestructura, y algunos reportajes daban cuenta de las cosas perdidas por las familias bajo los escombros. Sin embargo, antes que casas, cosas e infraestructura, las familias y comunidades habían perdido en realidad condiciones para producir y reproducir su vida. Y es que casas, cosas e infraestructura tienen sentido, no en sí mismas, sino porque, idealmente, cobijan y procuran la vida personal y comunitaria. Lo que se destruyó entonces fue el espacio vivido, es decir, se destruyó “mi lugar”, “nuestro lugar”.
Recordemos también. Meses después del terremoto, Laidi, una joven mujer, vivía en casa de sus suegros, adonde se mudó dejando la de sus padres. Su nueva casa, lejos de albergarla, se había convertido en un lugar de encierro pues no podía salir de ella ni siquiera para visitar a sus padres, ya que para ello necesitaba del “permiso” y de las “propinas” de su marido. Un día sin embargo, Laidi decidió reclamar su libertad, su derecho al libre tránsito, lo cual terminó molestando a su marido al ver cuestionados sus “derechos patriarcales” —p.e., definir el lugar donde ella debía permanecer enclaustrada en su ausencia. Pero ella insistió y le levantó la voz. Él desenfundó un revolver, le apuntó pero no disparó, se contuvo. En cambio, le propinó un puñetazo y, cuando estaba ya tendida en el suelo, una pateadura que la dejó inconsciente. Fue auxiliada por sus cuñadas. Además de las heridas y golpes que mostraba en el cuerpo, en el hospital le diagnosticaron un aborto en curso y una hemorragia interna. Le practicaron un legrado y le extrajeron un ovario reventado. Si en el caso del terremoto hablamos de la destrucción de mi-lugar, en este caso se trata de la destrucción de ese lugar que soy: el cuerpo, el yo-lugar.
Recordemos también. Por causa del terremoto, Manuela no solo perdió su vivienda, perdió también su lugar de trabajo. Manuela había ahorrado para comprar una máquina de coser que le permitió laborar en casa, cerca de sus hijos e hijas, dejando así la dura labor de peona agrícola “bajo sol”, procurándose un trabajo “bajo sombra”. Al destruir su vivienda y máquina de coser, el terremoto truncó entonces un proyecto de vida y autonomía, que le posibilitaba “estar cerca” a su familia para cuidarla. Un día Manuela se enteró de un puesto de obrera en una planta agroindustrial de la zona y, buscando nuevamente la sombra, decidió postular. Fue aceptada por un salario igual de mísero que el de peona. En rigor, fue fácil. La empresa privilegiaba la contratación de mujeres, especialmente madres solteras. ¿Política empresarial de equidad de género? No; las mujeres —dicen en la zona— no saben formar sindicatos y no reclaman, y mucho menos las madres solteras. Su trabajo consistía en desgajar alcachofas hervidas y quemantes durante turnos nocturnos de 12 horas. Así, Manuela ingresó a un lugar —la planta agroindustrial— diseñado para observarla y supervisarla permanentemente pues le exigían una productividad de 35 alcachofas por minuto que ella no podía sostener. Terminaba exhausta y los brazos y manos inflamados, con algo de pan para su familia, pero sin tiempo ni fuerzas para convivir con ella. En la planta, una noche una compañera de trabajo extenuada pidió permiso para ir al baño. Se lo negaron. Se lo negaron repetidas veces, pero, ante sus ruegos, le concedieron tres minutos. Fue al baño pero nunca volvió. A medio camino cayó muerta. En un lugar-otro y de otros, se destruyó un yo-lugar.
Tres hechos violentos. Uno natural, los otros socialmente “naturalizados”, y hasta celebrados, si pensamos en el nuevo orgullo nacional debido al boom agroexportador (v. Córdova et. Al. 2010 y otros). Aparentemente inconexos, todos nos remiten a la destrucción de lugares, de vidas. Como veremos, ellos forman parte del terreno sobre el que docentes y estudiantes de la Facultad de Arquitectura[2] y la DARS vienen diseñando en colaboración con el Centro Poblado La Garita (LG) un “espacio público” (nuestro lugar) que albergue la esperanza y promueva la convivencia y el “buen vivir”[3]. Este texto intenta esbozar una reconstrucción de las “fases de diseño” de dicho proyecto.

Un apunte conceptual
Tanto la Arquitectura como las Ciencias Sociales emplean la distinción entre las categorías “espacio” y “lugar”. En una primera aproximación, el “lugar” vendría a ser el “espacio” intervenido por seres humanos, donde el espacio quedaría del lado de la naturaleza (espacio natural) y el lugar quedaría del lado de la cultura-sociedad (espacio construido). De este modo, si el espacio es una cosa dada que está “ahí afuera”, el lugar, por el contrario, enfatiza la agencia humana, lo que el yo o el nosotros hace sobre el espacio (natural).
No obstante, es posible añadir un matiz relacional. Veamos. El lugar también puede ser comprendido como el resultado del mutuo proceso de construcción entre la construcción del espacio (natural) en mi-lugar (construido) de un lado, y la construcción del cuerpo humano (espacio físico) en yo-lugar (lugar del yo subjetivo y social), del otro. Es en este proceso que emerge el yo y el nosotros, la subjetividad y la sociedad/cultura; es decir, el yo-lugar emerge en el acto de construcción de mi-lugar. Y, a nivel social podemos decir que el nosotros-lugar (la comunidad) emerge en la construcción de nuestro-lugar. Al decir esto, en realidad estamos postulando que el lugar es una relación, o mejor, un sistema de relaciones. Como tal, este sistema puede portar ya sea relaciones de poder-dominación o relaciones de poder-creación de capacidades; siendo, en todo caso, el lugar siempre un “hecho político”.
Igualmente, el lugar es tanto un espacio construido materialmente como también un espacio simbolizado, construido por marcas intangibles que definen ya sea jerarquías o democracias, “lugares propios” o prohibiciones/admisiones diversas con respecto a su acceso. En general, su sola concepción conlleva simbolizaciones y, por tanto, ideologías, es decir, maneras de ver y sentir el mundo y de ser-estar en él —en el lugar. Por último, desde la psicología cultural, el cuerpo vendría a ser el lugar del yo. O, desde otra perspectiva, es en el proceso de construcción del espacio-cuerpo-natural que se da la subjetivación, o emerge el yo, el yo-lugar.
Como veremos, el proceso en curso de diseño del espacio público en el centro poblado La Garita contempla tanto la (re)construcción arquitectónica participativa del mi-lugar, como la (re)construcción participativa del yo-lugar, de la subjetividad de la población de La Garita—y, especialmente, el empoderamiento de las mujeres. En este sentido, el proceso de diseño puede ser visto también como un proceso terapéutico, tanto en términos personales como comunitarios....


...lugar...concepto interesante de interés.
amplio muy amplio.
y te sigues preguntando...donde, cual es el limite?




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